Fotos: salida a Selaya

Ayer tuvimos un día estupendo en Selaya. Primero visitamos la fábrica de sobaos «El Macho», donde Fernando nos guió explicándonos detalladamente todo el proceso de elaboración de este típico producto pasiego que tiene 200 años de antigüedad. Nada más entrar vimos como una máquina amasadora (que parecía una batidora gigante) mezclaba la mantequilla con el azúcar y el huevo, una señora añadía a la mezcla el harina y la levadura y… volvían a amasar la masa hasta que estuviera lista para pasar a la siguiente sala. En ella había más máquinas y trabajadores: primero una cortaba y plegaba el papel, que pasaba por una cinta transportadora hasta otra que succionaba la masa que habíamos visto mezclar antes de su recipiente para verter la cantidad adecuada en la cajita de papel; después pasaban por el horno, en el que estaban 13 o 19 minutos (dependiendo del tamaño) a 250º; al salir tenían que enfriar durante dos horas en una especie de estanterías, de las que unos robots los sacaban para colocarlos otra vez en una cinta transportadora; y el proceso terminaba con en embalaje, primero en paquetes y después en cajas, que se metían en grandes cajas de cartón listas para ser enviadas a los comercios. También nos explicaron cómo hacían las quesadas, y antes de salir, nos regalaron un sobao a cada uno (yo ya me he comido el mío, ¡qué rico estaba!).

Después estuvimos en el museo del Ama de Cría, donde conocimos la historia de una profesión ya poco conocida y muy típica de nuestra región. Vimos una proyección en la que nos explicaban por qué y a dónde viajaron algunas mozas pasiegas para ganarse la vida, y escuchando testimonios de primera mano supimos cómo vivían allí y lo contentas que volvían luego a «la tierruca». Alejandro nos enseñó el museo, en el que vimos una maqueta de los pueblos de donde partían, fotos de las nodrizas con los bebés que amamantaban (hijos de reyes y nobles), los lugares a los que viajaron, los trajes que llevaban, sus joyas…

Cuando terminamos la visita dimos un pequeño paseo por el parque de Valvanuz (Val, ¡no sabíamos que tenís un parque entero para tí!) en el que comimos y descansamos un poco antes de desandar lo andado para aprovechar un ratito de juego libre al sol en un prado bien verde. ¡Qué delicia!